lunes, 25 de enero de 2021

77.- Zapatos

24 de enero de 2021

Esta mañana después de desayunar nos hemos vestido para ir a misa, hoy llovía fuerte a ratos y opté por ponerme la gabardina, es posible que sólo me la ponga uno o dos días al año pero ahí está siempre esperando, menos mal que no pasa de moda. 


Elegí unos zapatos robustos de la marca Fluchos que también me acompañaban algunos días de invierno desde hace bastantes años para sortear la fuerte lluvia. Salimos de casa protegidos por los zapatos, la gabardina y los paraguas y al llegar a la calle Salud noté como el talón del zapato izquierdo se despegaba de la suela, pensé que podría aguantar y en casa ya vería si me merecía la pena pegarla de nuevo o jubilar esos zapatos de piel con su bonita pátina del tiempo, espléndidamente cosidos y manufacturados.

Llegando a la plazuela de San Juan de Dios noté que el problema se agravaba y ya parecía que estaba media suela despegada, antes de llegar a la puerta de la iglesia la suela iba por un lado y el resto del zapato aún en mi pie por otro, ante la situación no tuve más remedio que dar la vuelta para ir de nuevo a casa y cambiarme de zapatos, con la suela en la mano izquierda, el paraguas en la derecha y cojeando por el desnivel de un zapato y otro emprendí la vuelta notando como el agua entraba hasta mi calcetín y lo ponía chorreando.

Antes de llegar a la esquina la suela derecha decidió imitar a la izquierda y se desprendió igualmente, ahora no llevaba en mi mano izquierda una suela completa sino que llevaba las dos, mientras el agua que caía con fuerza se metía dentro de mis pies embutidos en unos calcetines ya empapados.

Llegué a casa y tras dejar los zapatos procedí a cambiarme de calcetines, secar los pies, cambiarme de pantalón que también estaba ya mojado y elegir unos zapatos nuevos para volver a recorrer el mismo camino.


Eso hice, en mi camino de vuelta el desván de mi memoria me retrotrajo inmediatamente a casi 40 años atrás cuando un domingo por la tarde volvía desde Granada a Vera (Almería) donde estaba de profesor en uno de sus institutos.

Había pasado ya Baza, ahora entre otros pueblos, tenía que pasar por Caniles, Serón, Olula, Albox... antes de llegar a mi destino. Ese curso me había comprado mi primer coche, un Renault 14 azul, que me llevaba de forma autónoma de un lado a otro y me daba la libertad de elegir qué fin de semana iba o no a casa con mi familia o a dónde me desplazaba.


Me sentía un privilegiado por tener coche y con la obligación moral de recoger a todo autoestopista que me levantara el dedo, era justicia social que si yo tenía coche y el prójimo lo necesitaba yo tenía que ayudarlo.


Pasado Baza, Caniles y algún pueblo más, pasé por uno que estaba en feria y un autoestopista me salió al paso, frené lo más rápido que pude y le pregunté a dónde iba, me indicó un pueblo a unos 40 ó 50 kilómetros más adelante en mi camino y le invité a a subir.

Al poco de haberse montado y entablado las primeras conversaciones de cortesía me di cuenta que iba descalzo y algo desaliñado, !por Dios¡ ¿a quién había subido a mi coche? ¿a un delincuente escapado de la autoridad? ¿a un vagabundo loco? ¿a un asesino peligroso? Debió de darse cuenta de mi asombro ante su estado y procedió a darme explicaciones: él era un feriante y tenía una caseta con alguna atracción en aquel pueblo donde lo recogí, en la noche anterior se le habían roto los zapatos y necesitaba otros que tenía que recoger en su casa, en su pueblo, y allí quería ir.



Me quedé más tranquilo, al fin y al cabo estaba haciendo lo correcto, él necesitaba ayuda y yo se la estaba prestando, aunque no se me fue del todo el susto hasta que llegamos a su pueblo, se bajó y me dio las gracias.

¿Qué pensaría este domingo el que me viera andar por la calle cojeando y con la suela de un zapato en la mano?

Durante el confinamiento por la pandemia las suelas de mis zapatillas de casa Nordikas decidieron partirse transversalmente por la mitad, aunque podía seguir utilizándolas, la primera compra presencial después de reabrir los comercios fueron otras zapatillas.

Al menos el incidente activó el desván de mi memoria y me trajo de allí a aquel que era yo con bastantes menos años, a mi primer coche que entre otros viajes nos llevó a Ximena y a mí a recorrer Europa o a estos zapatos que también habían hecho su trabajo invernal a lo largo de los años.

Ah, ahora lo pienso un poco más a la hora de recoger autoestopistas, cosas de la edad y de la experiencia.








1 comentario:

  1. Me gustó esa historia de los zapatos, y sobre todo a lo que te puede llegar a recordar.

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