sábado, 23 de noviembre de 2019

66.- Mi plumier y mis lápices de colores


Creo el plumier es lo primero que recuerdo tener y decir que era mío, supongo que antes debí tener juguetes y cosas que consideraba mías pero es el plumier y su contenido lo que recuerdo.

Mucha gente ni siquiera sabrá lo que es un plumier, según la edad, porque luego todos empezaron a llamarlos estuches u otros nombres. Para mí el plumier era aquella caja de dos pisos con el superior dividido en dos espacios, el más pequeño para el sacapuntas y las gomas de borrar y el más grande para los lápices y quizás un bolígrafo (cuando aparecieron). El piso inferior lo reservabas para los lápices de colores que se usaban menos.







Esos recuerdos vienen asociados a mi primer año en la escuela de don Prisco, en lo que había sido la alcoba principal de la casa estaba situada su escuela, en la esquina de enfrente del jardín, allí nos dirigíamos todas las mañanas 20 ó 30 niños de diferentes edades a aprender a leer y escribir y a hacer cuentas, según la edad ibas avanzando con las enciclopedias y aprendiendo otras cosas incluso a hacer problemas.

Algunos de aquellos niños también llevaban, sujeta con un alambre largo, una lata grande de sardinas, llena de ascuas de la lumbre de su casa para que sirviera de brasero en la escuela, en el pueblo donde nací (Huelma en la provincia de Jaén) hacía y hace mucho frío en invierno. Con siete u ochos latas de brasas  y nuestro calor humano se caldeaba la habitación.

Cada uno llevábamos nuestra cartera, todavía de piel pues el plástico aún no había irrumpido en nuestras vidas y en esa cartera iba nuestro plumier de madera con los utensilios básicos. Cuando empecé en la escuela aún llevábamos pizarra pequeña con marco de madera, un pizarrín para escribir y un trapo para limpiar después de que el maestro te diese el visto bueno a lo que estuvieses haciendo.

El mejor complemento a ese plumier era una buena caja de lápices de colores, normalmente nos compraban los de la marca Alpino cuya madera se rompía con facilidad al sacarle punta. Las cajas más modestas eran de 6 lápices, las normales de 12 y ya un auténtico lujo las de 24 o más lápices.



Recuerdo unos "Reyes" en donde el regalo que me trajeron fue una caja de lápices Alpino, del resto no me acuerdo.






Con el tiempo todas estas cosas pasaron a la historia con la aparición de los rotuladores, ceras y mil artilugios metidos en bonitas carpetas, estuches y plumiers de plástico de grandes dimensiones.

En el baúl de mi memoria y en mi desván permanecen restos de esos lápices y de esos plumiers de madera de dos pisos con los que algún día espero que juegue nuestra nieta sin imaginar siquiera que eso era lo que llevábamos a la escuela en vez de la tablet.




Aquí estoy en un concurso de dibujo en la feria de mi pueblo, no gané nada, no recuerdo lo que dibujé pero allí estuve con mi lápiz, mi goma y mi sacapuntas, aunque no recuerdo si llevé el plumier.



Otro día os hablaré de mis portaminas, pero esa será otra incursión en el desván de mi memoria.

viernes, 22 de marzo de 2019

65.- Mal de ojo


El mal de ojo es la creencia popular supersticiosa extendida en muchas civilizaciones por la cual se cree que una persona es capaz de producir daño, desgracias o enfermedades a otras con sólo mirarla y desearle esos males.

Esta creencia era bastante popular cuando yo era pequeño y aún hoy lo es para determinada gente. Hoy os traigo desde el desván de mi memoria algunos recuerdos infantiles asociados a algunos objetos que conservo relacionados con el mal de ojo.

La primera fotografía corresponde a una especie de colmillo realizado en hueso y tallado que iba colgado a un collarín rojo con diversas cintas y borlas de colores que se les ponía a los muletos (mulos pequeños) en el cuello o a otros animales para protegerlos del mal de ojo de las personas cercanas que te podrían desear el mal a ti, a tu familia o a tus animales. Era un llamativo adorno para que se fijasen en él y no en el animal al que podrían hacer daño.

Este pequeño collar  se le ataba estaba en el cortijo de mi familia y mi padre lo había heredado de sus padres y no sé qué antigüedad tendría, conservado por mi hermano ponemos aquí la fotografía, en él iba engarzado esta especie de colmillo.






Mi padre con los dos últimos mulos que tuvimos, delante estamos los hermanos, se llamaban Voluntario (izquierda) y Cordero (el que monta mi padre).



A las casas también se las protegía con algún objeto, la casa-cortijo que construyó mi padre siempre tuvo, mientras fue nuestra, la cruz de Caravaca en la reja de la ventana superior izquierda de la fachada, protegiendo la casa y a sus moradores de desgracias mayores: tormentas, rayos, fuegos... o mal de ojo por parte de visitantes o vecinos malintencionados (que haberlos haylos).




La Cruz de Caravaca es muy utilizada en la región de Murcia como especial protector del mal de ojo.

Pero también había que proteger a los más desvalidos de las malas miradas de envidiosos y por eso a los niños pequeños se les protegía con medallas, cintas u otros objetos... creo recordar que mi madre me contó que a los niños muy pequeños se les ponía entre la ropa un trozo de corteza de pan para protegerlos. No sé si eso lo hacía todo el mundo, no sé lo que otros hacían, os cuento lo que desde el desván de mi memoria recuerdo.



Si vais a Turquía o incluso a Grecia o puede que a Marruecos o a un mercadillo playero, encontraréis estos ojos de cristal para la protección del mal de ojo y que como buenos turistas o puede que un poco supersticiosos os traeréis a vuestras casas.




Y hasta aquí llega hoy mi memoria y mi desván.

sábado, 26 de enero de 2019

64.- Tarjetas telefónicas


Hoy encontré en el desván de mi memoria algunas tarjetas telefónicas que tan populares fueron en los años 80 y 90 del pasado siglo XX.

Me han traído a la memoria algunos momentos de mi vida relacionados con el teléfono.

Cuando tenía sobre 10 años no teníamos teléfono en casa, la central estaba completa y no se instalaban más, el alcalde gestionó con la compañía Telefónica la posibilidad de ampliar la central y para ello había que buscar familias suficientes que quisieran poner teléfono en sus casas, hasta entonces sólo tenían teléfono los comercios, los profesionales que por su trabajo lo necesitaban y unos pocos particulares.

Tan importante era para nosotros, cuando niños, la posibilidad de tener teléfono que un amigo tuvo un grave accidente de bicicleta y se lo tuvieron que llevar al hospital de Jaén, cuando despertó sin saber dónde estaba vio un teléfono en la pared y preguntó a sus padres “¿Nos han puesto el teléfono?” y entonces sus padres le aclararon que estaba en el hospital y que había tenido un accidente y que el teléfono aún no lo tenían en casa.

Recuerdo el día en el que llegó mi padre a casa, tras hablar con él el alcalde, diciéndonos la posibilidad de poner el teléfono, a lo que nos adherimos con entusiasmo de inmediato mis hermanos y yo. Pero como las cosas de palacio van despacio no sería hasta tres o cuatro años después cuando se hizo posible. Estaba interno en el colegio Ave María en Granada cuando el portero del colegio hizo una llamada por los altavoces: "¡Miguel Roa, Miguel Roa, tiene una llamada telefónica¡", salí corriendo hacia la portería pensando que algo malo podía haber sucedido, no se llamaba por teléfono sin un motivo importante. Eran mis padres y al ver que no había sucedido nada relevante, enseguida pregunté qué desde dónde estaban llamando y esa era la gran noticia, me llamaban desde nuestra casa con el teléfono recién instalado.



Se colocó un solo aparato y por aquello de las equidistancias su sitio fue el primer rellano de la escalera, así no estaría demasiado lejos ni de la planta baja ni del primer piso, su número el 202. Para llamar había que descolgar y esperar a que la telefonista preguntara por el número al que querías llamar y que en la mayoría de los casos no le decías el número sino el nombre de la persona o su mote o el comercio al que querías llamar; la telefonista se los sabía todos de memoria. Las conferencias se pagaban aparte y había que solicitarlas con tiempo porque las conexiones para fuera del pueblo eran muy limitadas y la espera podía durar minutos u horas.

Cuando nos trasladamos a Granada solicitamos el teléfono, allí era más necesario, tardaron poco en instalar el aparato aunque no dieron línea hasta años más tarde, cada vez que llegaba de la calle descolgaba el aparato para ver si ya tenía línea, una tras otra fueron cientos de veces, quizá miles las que descolgué sin oír nada, hasta que un día se hizo el milagro y se escuchaba el típico piiiiiiiiiiiii, había línea, se podía hablar, se podían recibir llamadas… su número era el 28 43 96, aún no había que poner el prefijo de la provincia si no llamabas a otra. Como ya estábamos casi todo el tiempo en Granada se quitó la línea del pueblo, como Telefónica no se lo llevó desmonté el teléfono de allí y con un disco que me regaló mi amigo Matilla (encargado de Telefónica en la obra civil que le estábamos realizando con la empresa en la que yo trabajaba) un disco de marcado que le coloqué a aquel aparato del modelo Heraldo de pared y que instalé como supletorio del Góndola de sobremesa. Ya tuvimos teléfono también en nuestro dormitorio, el de mi hermano y mío.

Cuando bastantes años después Ximena y yo nos fuimos a vivir a Medina Sidonia tratamos de poner teléfono en la casa, aún no funcionaban los móviles (salvo para los grandes ejecutivos que ya los tenían en sus coches o llevando un maletín de varios kilos en la mano con el aparato), y como ya iba siendo normal en mi relación con Telefónica, también tardaron años, a pesar de haber removido Roma con Santiago, la centralita también estaba saturada y hubo que esperar a su ampliación.





Si llamabas desde un bar o desde una cabina tenías que hacerlo con unas fichas que había que adquirir y que te daban para tres minutos de llamada, aquí os pongo la ficha italiana, la francesa y la española. Las fichas estuvieron operativas desde mediados de los 60 hasta los 80.

Viene a mi memoria el viaje que hicimos un amigo mío y yo (sigue siendo mi amigo), a Italia en coche y su obsesión en conseguir gettoni (fichas telefónicas italianas) para llamar a su novia (ahora ya no es su novia, es su mujer), alguna discusión tuvimos a raíz de ello.






En los años 80 el teléfono evolucionó, ya no eran necesarias las fichas porque se podían echar directamente monedas, pero las cabinas se modernizaron y empezaron a admitir las nuevas tarjetas que comprabas con un saldo que te iban restando con el uso, las más populares en España en los años 90 eran las de 500, 1000 o 2000 pesetas.

Las primeras tarjetas tenían diferentes sistemas para portar la información del saldo que te iba quedando, algunas tenían banda magnética, otras extraños mecanismos que se iban quemando y pronto aparecieron las que llevaban los chip´s, como puede verse en algunas de las tarjetas que hoy traigo aquí desde el desván de la memoria.

En cuanto aparecieron empezaron a coleccionarse, la mayoría estaban dedicadas al arte, la naturaleza o a lugares turísticos, aunque otras lo que llevaban era publicidad. La primera que encabeza este escrito es italiana y está dedicada a un detalle de un cuadro de Piero della Francesca y un valor de 10.000 liras (unas 1.000 pesetas que luego serían unos 6€).

Traigo desde ese desván algunas españolas y varias de diferentes países (Francia, Reino Unido, Portugal, Bélgica, Kuwait, China, Hungría…).























Fueron llegando otras modalidades de tarjetas y llegó el móvil para quedarse, éste es el primero que tuve y también necesitaba tarjeta, la tarjeta SIM, que aún era del mismo tamaño que las de crédito, luego aparecieron las Mini-SIM, las Micro-SIM y las Nano-SIM que fueron reduciendo su tamaño. Ya existe la tarjeta e-SIM que es virtual y que no hay que insertar físicamente en nuestro teléfono.













Termino con una anécdota con mi primer móvil, el de la foto que aún era analógico, estando en verano en Asturias vi que tenía un mensaje en mi contestador y procedí a escucharlo por si era importante (ahora tengo desactivados todos los buzones). Una señora llamaba por error a mi teléfono y decía algo así como “Manolo, pásate esta tarde por mi casa que no está mi marío, que el otro día nos lo pasemos mu bien”, no sé quién será el Manolo y cómo lo pasaría, si se darían cuenta de que el mensaje había ido a otro o si lo estará esperando todavía, en aquel entonces no aparecía el número del teléfono que llamaba, así que me quedé con las ganas de saber quién llamaba a Manolo.

Como todo el mundo lleva un teléfono móvil en el bolsillo, que cada vez se usa menos para hablar por teléfono y sí para otras mil cosas, van quedando menos cabinas telefónicas y se está planteando su desaparición al no ser ya un servicio público necesario.

Espero no haberte aburrido demasiado con mis tarjetas, mis teléfonos y mis recuerdos traídos directamente desde el desván de mi memoria.