domingo, 4 de septiembre de 2022

88.- Viaje a Jaén

Mis padres, mis hermanos, mis abuelos paternos y yo en el Jardín de Huelma en el año 1962


Encontré por el desván un viejo mapa, con la provincia de Jaén por un lado y el callejero de su capital por el otro, lo editó en su día la Óptica Real con la colaboración de varios comercios más, lo regalaban en esos establecimientos, y me transportó a mi infancia, a mis traumas con Jaén a la que sólo iba de médicos o a examinarme en el instituto, pero en aquellos viajes siempre hubo algo más, algo más que atesoro en ese desván de mi memoria.



Llamar hoy en día “viaje” a recorrer 50 kilómetros sería una temeridad, pero os voy a hablar de otros tiempos, que fueron los míos, en los primeros años de la década de los 60 siendo aún un niño.

Con pocos años, supongo que con siete u ocho, empecé a tener problemas con las anginas y me diagnosticaron que tenía “velocidad en la sangre” (velocidad de sedimentación), nadie se molestó entonces en darme más explicaciones pero mis frecuentes recaídas con las anginas me llevaron varias veces de médicos a Jaén ya que en mi pueblo de nacimiento, Huelma, sólo estaban los de medicina general (hoy médicos de familia) que aunque atendían todo tipo de problemas, cuando se complicaba te mandaban a un especialista en Jaén, privado si no recuerdo mal, todavía no funcionaba la Seguridad Social como hoy la conocemos.

Mis padres, mis hermanos y yo en una boda en Huelma en el año 1965

Cuando se preveía un “viaje” a Jaén se desarrollaba toda una liturgia, protocolo se llamaría hoy, se informaba a los abuelos y a los familiares más cercanos y de más confianza por si tenían algún encargo que hacer, se preparaban papeles, ropa para el viaje o cuanto fuese necesario, dentro de esa indumentaria iba dentro del bolso de mi madre un vaso de plástico plegable (no me he equivocado, un vaso plegable con su tapa que ocupaba muy poco espacio plegado y que serviría para beber en una fuente pública si fuese necesario sin tener que chupar el caño, lástima no haber conservado aquel vaso con el que tantas veces jugué y del que creo que nunca bebí).

El vaso plegable (fotografía encontrada en internet)


Una vez avisada la familia y recogidos los encargos a hacer en Jaén y fijado el día del viaje la noche anterior era de nervios. Incluso intuías el olor de gasolina desde varias manzanas la noche anterior que ya presagiaba los vómitos en el viaje.



Llegado el día se madrugaba lo suficiente para estar con tiempo en la plaza donde estaba la parada del “correo de Jaén”, llamado así porque entre otras misiones tenía la de llevar y recoger en la capital la correspondencia de todo el pueblo. La empresa que tenía este servicio era la de los “Bayonas”. Llegada la hora de salida, aún de noche, emprendía la marcha con destino a Jaén y tras innumerables curvas de subida hacía la ermita, de bajada hacía Cambil, de paradas en donde alguien estuviese esperando, por fin llegaba a la Venta Oasis, donde hacía una parada técnica para que el motor se enfriara, aunque las malas lenguas decían que llevaban comisión de aquel lugar al servir tantos desayunos a los viajeros. Por fin y tras muchas vueltas siguiendo el curso del río Guadalbullón llegábamos a la estación de autobuses de Jaén, lugar muy moderno entonces que al día de hoy sigue cumpliendo su misión de alojar y distribuir todos los autobuses de la provincia hacia la capital.

Uno de los autobuses de la empresa Bayona que hacía la ruta Huelma-Jaén. Fotografía tomada del grupo de facebook: Historia de Huelma en imágenes https://www.facebook.com/groups/111527475593684 

Al bajarnos del autobús cada uno cogía su camino, el nuestro hacia los médicos que nos habían llevado allí, primero me sacaban sangre para los “análises” (análisis en la jerga de mi pueblo entonces), primero me tomaban una pequeña muestra del dedo en donde me pellizcaban con una especie de bolígrafo pero que lo que hacía era un corte del que brotaban gotas de sangre y a continuación me extraían del brazo, esas extracciones y el miedo a ellas me llevaron a donar pocas veces sangre. A continuación, la consulta, salvo la vez que me operaron y me extrajeron las amígdalas.

Yo debía tener ocho o nueve años, pero recuerdo aquellos días, nos habían avisado con tiempo y había que llevar determinadas cosas a la clínica y en donde además de la consulta estaba el quirófano y una habitación con dos camas en donde tendría que dormir una o dos noches. Una de las cosas que había que llevar era un pijama, yo no usaba pijama (sigo sin usarlo, aunque tenga un par de ellos en el armario, por si enfermo) y mi madre fue unos días antes a la tienda “La Taza” de mi prima María Antonia a comprarme uno, con la mala fortuna de no tener en esos momentos ninguno, por lo que fui a la operación sin llevarlo (creo que me quedé en calzoncillos y camisa o camiseta, toda una afrenta a mi honor, con la vergüenza infantil que soporté, sin decírselo naturalmente a nadie, padecí en silencio la supuesta humillación).

Estaba otra familia con su hijo y nosotros. El médico otorrinolaringólogo que tenía una enfermedad en la garganta que le impedía hablar con normalidad !vaya ejemplo para un niño que iba a ser operado de la garganta¡ y que sólo entendía su enfermera, se dispuso a meter mano en mi garganta, pero antes la enfermera hizo su trabajo, empezó a hablar conmigo, me preguntó el nombre, cuál era mi pueblo y al decirle que Huelma ella me dijo que había estado allí, a mí me sorprendió que una persona que no era de mi pueblo fuese a él, el concepto de turismo no lo tenía aún muy desarrollado, muy simpática aquella enfermera que procedió mientras me distraía con su charla a atarme las manos a la espalda, a sentarme en una silla e inmovilizarme a ella con sendas vendas y para rematar aquel simulacro de ejecución me taparon con otra venda de tela los ojos. Ahí entró en acción el médico, me introdujo un artilugio que me impedía cerrar la boca y me inyectó, creo que un antiinflamatorio y algo para la coagulación, ni rastro de anestesia, aquello era a las bravas, me introdujo una especie de alicates (a pesar de la venda yo veía por los lados de la nariz) y procedió a cortar por lo sano dejándome sin mis anginas para impedir las infecciones recurrentes. Todo un trauma, después de aquella amputación y previo desate me llevaron a la habitación de al lado, el dormitorio donde estaban las dos camas y donde el otro niño ya estaba instalado, me acostaron y creo que me dieron una pastilla, el primer día creo que sólo me dieron una sopa o un zumo para comer porque mi garganta no aguantaba nada más y al segundo día y tras una larga noche en duermevela con los dolores propios me dieron de comer, yo me negué (faltaría más, después del crimen que habían cometido en mi garganta pretendían que comiera y tragara), la enfermera era simpática pero pertinaz e insistió e insistió ante mis negativas hasta que me hizo comer parte de la comida que me habían preparado, breves minutos después lo vomité todo y lo único que se me ocurrió decirle como justificación fue “se lo dije que no quería”. En cualquier caso, aquella tarde me trajeron de regalo un helado y ese sí me lo comí, no se podía perder la oportunidad de comerte un helado que era cosa de pocas ocasiones. Esa misma tarde creo que me dieron el alta y regresamos a Huelma. Debí pasar unos días sin ir a la escuela y vinieron mis compañeros de clase a casa a verme, para mí fue importante sentirme el protagonista de aquella situación cuando yo siempre fui un niño muy tímido, en aquel tiempo el maestro nos calificaba y nos ordenaba en clase por los resultados, normalmente yo ocupaba el primer puesto en aquel ranking que perdí ese mes en favor de una compañera que me consoló diciendo que si no hubiese estado enfermo seguiría siendo el primero, no recuerdo el nombre de esa niña, no sé qué fue de ella pero mientras hablaba conmigo supe lo que era una buena persona, empatía lo llaman ahora, sólo recuerdo que era más alta que yo, que era inteligente y que llevaba una coleta en el pelo.


Pero no siempre que fui a Jaén me operaron, otras veces sólo era la consulta y poco tiempo después las visitas a Jaén fueron para los exámenes en el instituto Virgen del Carmen, los maestros nos preparaban en el pueblo con clases después de terminar su jornada ordinaria. 


Me presenté a Ingreso (necesario para empezar a estudiar bachillerato) sin haber cumplido aún los 10 años y era un examen donde te preguntaban cosas de diferentes materias, te hacían hacer un dictado en el que no podías tener faltas de ortografía y creo que algunos problemas sencillos de matemáticas, pero con numerosas operaciones. La nota se la enviaron al maestro que nos presentaba días después, el mío era D. Antonio Carrasco, pariente de mi padre y que fue el encargado de hacer ver a mis padres las posibilidades en los estudios tanto de mi hermano como mías. Hombre muy alto, en misa podías mirar hacia atrás y distinguías perfectamente a Don Antonio y a su hermano porque sus cabezas sobresalían sobre todas las demás, afable y amante de su trabajo, formal y buena persona, aún recuerdo sus boletines de notas que eran una hoja muy alargada impresa con las diferentes materias que evaluaba: cálculo, geometría, dibujo, geografía, historia…  y un largo etcétera donde también se incluían las calificaciones en comportamiento, educación o faltas.  Cuando llegaron las notas utilizó una de aquellas hojas para poner en diagonal y superpuesto a lo impreso mi nota: ¡Un 6, por tímido¡ No lo conservo físicamente pero parece que estoy viendo aquel papel escrito encima de la tinta negra de imprenta con un bolígrafo azul, no era una gran nota y sin duda merecía más y él diagnosticó el por qué, yo era muy tímido y no había sabido sacar más de mí en ese momento. Bueno, había aprobado y por tanto el curso siguiente haría 1º de bachillerato también en mi pueblo e incluso 2º, para 3º me fui interno al Colegio Ave María de Granada, pero esa es otra historia. Cuando fuimos a examinarnos de 1º de bachillerato, junio de 1966, fuimos varios compañeros de mi pueblo, uno de ellos era un sobrino de don Antonio que estaba un curso más adelantado, él se examinaba de 2º y nosotros de 1º, fuimos a la misma pensión y nuestros padres alquilaron habitaciones para ellos y una con varias camas para los niños, yo compartí cama con aquel chaval que era un año mayor y del que me hice muy amigo, él se fue interno al año siguiente y desgraciadamente falleció a mitad de curso, creo que de una leucemia, fui mi primer contacto cercano con la muerte.

Don Antonio Carrasco y su mujer Doña Eloisa Guzmán, foto tomada de https://www.facebook.com/groups/111527475593684

Pero volvamos a los viajes a Jaén, todos tenían mucho en común, una vez finalizadas las obligaciones (médicos, exámenes, encargos…) nos íbamos de tiendas y se aprovechaba para las compras que no se podían hacer en el pueblo, mi padre aprovechaba para ir al sastre, a mí me compraban un abrigo para el invierno si es que lo necesitaba... las tiendas que más me gustaban eran El Corte Italiano, Galerías Preciados y Tejidos Gangas (famoso y popular en su época y que contaba con un edificio entero), eran grandes almacenes, del tamaño de Jaén claro, que tenían escaleras mecánicas y ascensor y de eso no había en Huelma y era una satisfacción poder presumir a la vuelta de que te habías montado. Recuerdo cuando dos o tres años antes uno de esos viajes sirvió para comprarme el traje para la Primera Comunión, de Caballero de Santiago, y una vez comprado nos fuimos al fotógrafo para hacer la foto oficial, pero eso creo que ya lo conté en otra ocasión.

Tejidos Gangas en Jaén, foto tomada de http://jaenenlamemoria.blogspot.com/2013/02/tejidos-gangas.html

Después de las obligaciones y de las tiendas ya era hora de comer, siempre era en la misma calle, la Calle Nueva que entonces se llamaba la Calle Rastro, donde primero tomábamos un aperitivo en la Gamba de Oro (no se comían gambas con frecuencia, aparte de las bodas) y luego a una casa de comidas de esa misma calle y en donde sucedió la siguiente anécdota de mi padre, nuestra situación económica siempre fue bastante justa y en una de estas ocasiones mi padre no disponía de dinero en efectivo en esos momentos y echó mano de uno de los tres billetes de 1.000 pesetas que su padre le había dado cuando se casó en 1950, considerable cantidad para la época, mi padre los tenía guardados para una necesidad y ésta fue una de ellas por lo que echó mano de uno de esos billetes y lo metió en su cartera, a la hora de pagar la comida mi padre sacó ese billete, ya antiguo, y el camarero le dijo que no conocía ese billete y que no podía pagar con él, un señor de una mesa cercana presenció la escena y se ofreció a mi padre para cambiarle ese billete por uno nuevo, cosa que hicieron y con el que pagó, es posible que un heredero de ese señor tenga en su colección de billetes el que mi padre tuvo que usar muy a su pesar aquel día. Los otros dos billetes de 1.000 pesetas que mi abuelo le dio no los tuvo que utilizar nunca y me los regaló ya en su vejez y que conservo con especial cariño por su significado.


Uno de aquellos tres billetes de 1000 pesetas


Normalmente cada viaje a Jaén significaba una visita a la catedral que ya conté en otra ocasión.


Voy a narrar ahora una anécdota que me sucedió en uno de esos viajes, a mí me gustaba repasar las enciclopedias que caían en mis manos, en una había visto una brújula que era un elemento exótico y muy deseado por mí, vi una en un escaparate y le pedí a mis padres que me la compraran, mi padre me dijo que si no era muy cara la podría adquirir, que entrase a preguntar. Entré, pregunté el precio y el dependiente me dijo que valía “sien” pesetas (100), hasta ese momento yo no sabía que había gente que seseaba o ceceaba al hablar, salí y le dije a mi padre “cuesta seis pesetas”, mi padre abrió el monedero y me dio las 6 pesetas con las que entré a comprar mi deseada brújula, el dependiente me rectifica y me dice “no son seis, son sien”, decepcionado salí y se lo conté a mis padres y le devolví el dinero, cien era demasiado para que yo jugara, nos fuimos y todo quedó en mi memoria como otra pequeña frustración de mi infancia, años después formé parte de un grupo de espeleología y manejé la brújula del grupo, actualmente procuro tener en casa brújulas pequeñas que regalo cuando algún chaval cercano muestra interés por ellas.



Pero volvamos para cerrar con el mapa del que hablábamos al principio. Ahí están los nombres (de ese momento) de las calles que yo oía nombrar en los programas de radio, los comercios que visitábamos, el callejero es de 1965 y también tenía el mapa de la provincia con los nombres de todos los pueblos, indicando la distancia a la capital y si tenían o no oficina de telégrafos y de correos, ¡cuántas vueltas le di yo a ese mapa! y en él dejé mi firma autógrafa infantil de entonces.




La vuelta al pueblo seguía también su protocolo, llegada el autobús a la plaza, descarga de paquetes, mucha gente esperando a los familiares, bajada andando hacia casa de mis abuelos, mama Guzmán y papa Roa, a dar cuenta del viaje y regreso a casa para seguir con la rutina diaria.

Mis abuelos Mama Guzmán y Papa Roa

Y hasta aquí llega hoy mi poco entusiasmo por mis viajes a Jaén, también mi viaje al desván de mi memoria que este mapa suscitó.



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