miércoles, 10 de febrero de 2021

79.- Espeleólogo, ¿y eso qué es?

 


Espeleólogo, ¿y eso qué es?

Eso fue lo que me preguntó mi madre cuando le dije que quería serlo.

Nunca me ha gustado el fútbol, los deportes que me gustan son los que me permiten conocer cosas nuevas, me gusta la bicicleta o andar porque me llevan a otros lugares. La espeleología aúna naturaleza exterior con la aventura interior, es un deporte individual pero con apoyo del equipo, te enfrentas a la oscuridad y al espacio vacío a través de tu propio control, eres tú unido a la naturaleza mientras oyes tu respiración y ves proyectada tu propia sombra.

Creo que fue el año de empezar en la Universidad cuando mi amigo Luis me animó para participar en la creación de un grupo de espeleología, había conocido a Vicente que sería nuestro maestro y entrenador en esta materia.


A mí me gustaba ir de excursión, pero nunca me había metido en una cueva y menos para explorar sus profundidades. Me gustó la idea y lo expuse en mi casa. Mi madre no salía del asombro, ¿qué se me había perdió a mí dentro de una cueva? ¿Por qué iba a pasar los fines de semanas encerrado en la oscuridad en vez de disfrutar del sol? ¿quién me mandaba a mí meterme en esos berenjenales? Insistí y logré que me dejaran participar en aquella nueva experiencia después de dar mil y una explicaciones que ni siquiera yo supiera aún de qué iba, creo que mi madre pensaba que nunca llegaríamos a reunir el dinero suficiente para los materiales que necesitábamos y que nunca iríamos realmente a una cueva.

Empezamos a reunirnos, a Vicente no lo conocía de antes, él había estado varios años en Madrid haciendo espeleología y tenía bastante experiencia, de él venía la idea de montar el grupo, por eso pasó a ser el presidente, los demás nos habíamos conocido casi todos cuando éramos compañeros, el año anterior estudiando COU, en el Instituto Padre Suarez, allí estábamos Luis, Gonzalo, yo y algunos más.

A través de otro amigo que hacía alpinismo contactamos con la parte de espeleología de su club, necesitábamos información de las cuevas, estatutos, proveedores…








Empezamos por poner nombre al grupo; Grupo de Exploraciones Subterráneas Granada (G.E.S. Granada), adaptamos los estatutos de otro grupo con nuestras características y nos dimos de alta en Gobernación y con los papeles en regla, pasamos a darnos de alta en la Federación Española de Montañismo, de quién también dependía la práctica espeleológica.



Hacía falta material, el individual de cada uno y el colectivo del grupo. Básicamente cada uno de nosotros necesitaba: la ropa que fuese a utilizar, zapatos o botas más o menos adecuadas, una cuerda de montañismo de unos dos metros para el “braguero” (una especie de arnés) que serviría para unirnos a la cuerda de seguridad, un mosquetón de seguridad (tiene una rosca para impedir que se abriera por accidente) para unirnos a la cuerda, casco, un carburero para la iluminación (sólo recientemente ha sido sustituido en las cuevas por las luminarias leds), una linterna de petaca, mochila, saco de dormir y poco más. Cada uno se lo agenció como pudo, pero el principal problema era conseguir el material común, como mínimo necesitábamos, aparte de mapas y una brújula, una escala enrollable de acero de 20 metros y una cuerda homologada de montañismo de 40, materiales que no eran precisamente baratos.





Como no teníamos un duro, decidimos ir casa por casa pidiendo papel y cartón usados para venderlos al peso y en eso se nos fue un tiempo para recolectar algo de dinero, no recuerdo cómo conseguimos el total, pero logramos comprar ese material que nos daba la posibilidad de iniciar nuestra aventura exploradora.





Para organizar una salida había que elegir la cueva que íbamos a explorar, lugar en el que se encontraba y cómo llegar allí, incluidos los horarios de autobuses al pueblo más cercano, si íbamos a hacer noche o no, el material del grupo necesario y el individual, incluyendo el suministro de carburo (había dos droguerías que lo vendían) o de pilas, también había que llevar la comida y agua necesaria.

La primera vez que avisé en casa que el siguiente fin de semana me iría a una cueva y que dormiría allí dentro el sábado por la noche, para volver el domingo, debieron de pensar que estaba loco y desvariaba, trabajo me costó que lo entendieran mis padres y me diesen permiso, al final cedieron.

También es cierto que cada vez que me iba de “cuevas” mi madre me despedía, haciéndome un fuerte chantaje emocional, como si me fuese a la guerra, yo tenía que decidir si cedía al chantaje o me iba, yéndome con el cargo de conciencia encima.


La primera norma del grupo y que siempre se llevó a rajatabla era la “seguridad” y en el tiempo que estuvimos en el grupo nunca hubo ningún accidente.

Cuando hacíamos una exploración podía ser a una cavidad ya conocida por lo que se sabía el material que era necesario, la dificultad que entrañaba, la experiencia necesaria… o bien si era desconocida había que recorrerla sin datos y lo normal era que se topografiara y se hicieran dibujos y planos para posteriores exploraciones. Nosotros al ser novatos elegíamos cuevas ya exploradas y con una dificultad baja o como mucho media.


Elegíamos cuevas cercanas a Granada para poder desplazarnos en autobús, cuando llegábamos al pueblo más cercano a la cueva, lo primero era dirigirnos al cuartel de la Guardia Civil e indicarles a qué cueva íbamos, cuántos éramos y cuándo teníamos previsto volver.


Al llegar, si íbamos a dormir en la cueva, preparábamos el lugar donde descansaríamos y dejábamos allí todo el material que no íbamos a usar en la exploración.

A continuación, preparábamos el carburero, cargando el carburo y el agua, dosificar la caída del goteo para la producción del acetileno y encender la espita en nuestro casco, a la que le llegaba el gas mediante un tubo de plástico flexible desde la cintura, donde teníamos colgado el carburero.


El mío era normal, había carbureros a presión, utilizamos el sistema de iluminación que los mineros usaban desde 1900 cuando lo inventó el ingeniero de minas Enrique Alexandre y Gracián.

Carburo de Calcio  +  Agua  =  Acetileno   +  cal     ( CaC2 + H2O  =  C2H2  + Ca O )

El carburo de calcio al reaccionar con el agua desprende el gas acetileno que es inflamable y deja como residuo cal que luego habría que limpiar y tirar.

En el casco llevábamos instalado un reflector parabólico de metal para aprovechar mejor la luz, eso el que podía comprárselo, yo lo sustituí por la tapa de una lata que reflejaba menos pero hacía el apaño.

El carburero daba autonomía para varias horas y se iba regulando la cantidad de luz en función del goteo de agua que mediante un grifo dejaba caer desde el depósito superior al inferior donde se había colocado el carburo de calcio y se producía la reacción química antes expuesta, esa reacción es exotérmica, desprende calor, que venía muy bien para calentarse las manos o el cuerpo si era necesario.


La linterna de petaca era sólo la alternativa a algún problema que pudiera surgir con el carburero, pero tenía poca autonomía, en la cueva pasa el tiempo muy rápido, con una percepción diferente, las pilas de repuesto las llevábamos dentro de una bolsa de plástico para evitar que la humedad las descargara.

Una de las cuevas de las que guardo especial recuerdo es la de las Ventanas en Píñar (Granada) y que actualmente se ha adaptado para su visita turística.


Junto a la puerta, que es de considerables dimensiones, se halla una sala de gran tamaño (estas cuevas estuvieron habitadas por hombres en el Neolítico), también se había utilizado más recientemente para guarecer ganado del mal tiempo, en esa sala sería donde dormiríamos. Si seguías hacia dentro y ya en la zona de total oscuridad había una sima de varios metros que había que salvar con el uso de la escala, ya que se encuentra a plomo, la escala tiene peldaños de tubo de acero sujetos lateralmente por un cable también de acero, lógicamente utilizamos la que habíamos comprado de 20 metros. Mientras un espeleólogo baja por la escala ha de estar asegurado por otro compañero que sujeta adecuadamente una cuerda que llevas unida a tu “braguero” (nuestro arnés), en caso de caída has de quedar colgado de esa cuerda sin arrastrar al que la sujeta.


Bajar o subir por la escala requiere cierta técnica, los pies hay que meterlos por el talón y por detrás de la escala para que el cuerpo conserve la verticalidad, siempre tres puntos de apoyo, mientras cambias de pie a otro peldaño, el otro pie y las dos manos han de estar firmes en la escala. 






Una vez superada esa pared vertical llegamos a una sala de grandes dimensiones tanto de ancho como de altura, de allí seguíamos por varias galerías, alguna bastante estrecha hasta llegar a una especie de tobogán que accedía a otras salas más pequeñas y tras varias gateras (entradas muy estrechas) y diversos pasadizos volvías a la sala en la que tenías que subir por la escala para volver a la zona que nos lleve de nuevo a la entrada, este recorrido creo recordar que al menos nos llevó tres o cuatro horas.


Terminada la exploración tocaba descansar, se hace ejercicio físico intenso, hora de comer, de charlar y comentar y después dormir sobre el duro suelo. A la mañana siguiente tras levantarnos y asearnos como buenamente se podía había que desayunar y recogerlo todo, de vuelta había que pasar de nuevo por el cuartel de la Guardia Civil para comunicarles que estábamos todos bien y que regresábamos a Granada.

Si había suerte, con el horario de autobuses, para el medio día estábamos en casa para contar la aventura, descansar, echar la ropa a lavar y ponerte a estudiar porque a la mañana siguiente tenías clase en la universidad.


Desde el desván de mi memoria traigo el recuerdo de una cueva en Sierra Elvira, otra en la Alfaguara, la sima del Niño del Guarda, la cueva del Agua en Sierra Arana, una cueva cerca de Nigüelas y algunas más. Hicimos un fichero con los datos que teníamos y otros dejados por otros grupos espeleológicos granadinos. Para llegar a algunas de ellas, aparte de la descripción y de preguntar a los lugareños, utilizábamos los mapas a escala 1:50.000 del Servicio Cartográfico del Ejército y que comprábamos en su tienda de Granada en uno de los cuarteles, creo que estaba por el Triunfo.




Cuando estabas de exploración en una de las cavidades tenías que seguir algunas normas muy estrictas a rajatabla, en cuanto a higiene o conservación del entorno, no se podía dejar nada de lo que llevaras y menos la basura, todo era recogido y llevado a algún contenedor o a tu casa, dentro de la cueva no podías arrancar o estropear, ni siquiera recoger del suelo, ningún trozo de concreciones como estalagmitas o estalactitas que son formadas en algunas cavidades por el carbonato cálcico del agua y que en su estado natural son preciosas de contemplar por sus formas, brillos o colores, magia que pierden en gran medida fuera al secarse.


Hay cuevas que son interesantes por el recorrido a hacer o la dificultad de acceso, otras lo son por los espacios y las formaciones cálcicas que se han producido a lo largo de miles de años o por características como cercanía, tamaño, belleza del entorno (interior o exterior)… comento una de ellas que reúne muchas circunstancias para ser especial, se trata de la Cueva del Agua (hay muchas cuevas con este nombre) situada en Sierra Arana en el término de Iznalloz (Granada). De formación kárstica, a  ella se accede mediante un carril bien acondicionado desde Cogollos Vega, en aquel tiempo contaba con una puerta de reja metálica y había que solicitar la llave con anterioridad, creo que era en la Diputación Provincial, porque había un proyecto para que fuese abierta al público en general y para ello se le había dotado de luz eléctrica en el primer tramo y de escaleras de madera hasta la primera gran sala, una vez que accedías, cómodamente bajando las escaleras, aquella gran sala te daba estupendas sorpresas por las formaciones allí presentes y por el laguito que tenía con agua cristalina (de ahí el nombre de la cueva), curiosa la percepción de la profundidad, muchísimo mayor que lo que a simple vista parecía, era una cueva fácil de recorrer y de una belleza comparable a las turísticas como la de Nerja en Málaga. 


Pero en ella viviríamos, en otra ocasión, una bonita experiencia al ser elegida por un compañero y una compañera de otro grupo como lugar para casarse, boda a la que fuimos invitados todos los espeleólogos de Granada. 

A su vez todos nosotros invitamos a amigos y parientes que quisiesen ir, pusieron un servicio con varios coches Land Rover para subir a los de más edad, yo convencí a mis padres para que conocieran el interior de una de las cuevas donde su hijo pasaba algunos fines de semana.

La luz eléctrica falló y la suplimos todos los espeleólogos con nuestras luces de carburo en los cascos a modo de velas de aquel templo, cientos de puntos iluminaron aquella ceremonia donde los novios, el sacerdote y los monaguillos si llevaban la indumentaria como si estuviesen en cualquier iglesia, el altar apoyado en dos estalagmitas y como retablo aquel conjunto de estalactitas, columnas, coladas, banderolas o pisolitas.






Tras la misa y celebración de la boda, tan especial ceremonia tenía prevista su terminación en un plató de televisión española en el programa Estudio Abierto que dirigía José María Íñigo, para ello los novios debían salir de la cueva, bajar en uno de los coches hasta el aeropuerto de Granada, coger el vuelo a Madrid hasta el aeropuerto de Barajas, donde les esperaba un coche de la producción del programa para llevarlos a Prado del Rey.


Mientras ellos hacían todo eso, a los invitados nos esperaba salir corriendo para bajar la montaña que por la mañana habíamos subido, llegar a Cogollos Vega para coger un autobús que nos llevara a Granada para llegar a casa con tiempo de poder verlos en el programa que era en directo. Lo logramos, con esfuerzo, pero llegamos a tiempo de la emisión y pudimos ver los escasos minutos que tuvieron asignados en aquel programa.


Nuestro grupo creo que duró un par de años, cada vez teníamos más que estudiar, se perdió la ilusión del primer momento y alguno se cambió a otro más grande y profesional, cada vez costaba más trabajo quedar para un fin de semana y todo se difuminó y terminó por desaparecer. 



De todo aquello quedó la gran experiencia, los recuerdos que ahora afloran en el desván de mi memoria. No sé qué pasó con mi carburero, ni con mi cuerda para el arnés, en alguno de los traslados debieron quedar atrás; me acompañan aún el casco sin la instalación ya del reflector y del tubo del gas, la brújula, el mosquetón de acero (ahora son ultraligeros de aluminio), unas fotos y esta historia que he compartido con vosotros.


25 años después regresé como turista a la Cueva de las Ventanas en Píñar (Granada), me acompañaba Ximena y reviví parte de la experiencia, aunque ahora estaba iluminada y con caminos habilitados para su visita,. Pero sigue siendo una de las grutas en la que viví de forma intensa la experiencia espeleológica.























No hay comentarios:

Publicar un comentario